El Lunes 27 nos echamos otro madrugonazo en El Calafate, bárbaro. Con pasaje en mano desde el día anterior, como ya nos
hemos acostumbrado a hacer en cada sitio que llegamos y porque tenemos planeado a donde iremos, nos fuimos al pueblo El Chaltén con dos nombres tallados en nuestros cerebros; Torre y Fitz. 4 horas de camino, compartidos entre pavimento y granzón, o ripio como le llaman aquí. No sabíamos mucho que sería de nuestras vidas en este treking de dos días que queríamos hacer, sólo habíamos investigado lo que pudimos en la web y el aussie Johnny Bravo nos había comentado lo que hizo en esta zona, y un par de tips.
Lo primero que hicimos al llegar a la entrada del pueblo fue bajarnos del bus obligados a escuchar una charla ecologista de los guardaparques, más un mapita invernal y las instrucciones. Eramos prácticamente los únicos que llevábamos morrales grandes, por lo que sospechamos que nadie tenía intenciones de pasar la noche en la montaña, una vez más nos estábamos empezando a sentir un poco "tour", la chica que daba el sermón rápidamente aclaró que el mapita que nos dieron tenía trazadas sólo las rutas que estaban abiertas al público debido a que más allá había demasiada nieve, hielo y barro.
En seguida Migue y yo nos miramos con cara de preocupación, a lo que 10 segundos más tarde oímos a la guardaparques decir que el que se metiera más allá de lo permitido lo haría a su propio riesgo y juicio, y podía si quería pero había que avisar. Alivio. Todo el mundo se montó de nuevo en el bus, nosotros aprovechamos mientras para hablar con la chica, y como era muy pana decidimos bajar los morrales y no llegar hasta el pueblo, esto nos dió chance de aclarar todas las dudas que teníamos para hacer el treking, dejar nuestros datos a los encargados, y hasta la chica quedó entusiasmada con nuestro plan puesto que íbamos a ser los únicos en esas zonas del parque y le pareció muy valiente y ambiciosa la ruta para hacerla en invierno, nos deseó suerte. Ahora si, éramos nosotros de nuevo, a empezar a resolver. El mercado con la comida lo habíamos hecho en el Calafate, así que solo restaba conseguir donde alquilar el equipo de camping.
Como nos indicó la guardaparques, buscamos al Sr. Ricardo -el único que rentaba equipo en temporada baja- en su tienda, no estaba. Luego en su casa, los perros de la gente del pueblo y hasta los del Sr. Ricardo nos tenían locos, incluso uno le tiró a morder a Migue "ique" jugando. El Sr. nos dijo que iba saliendo, y sólo nos podía atender dentro de una hora. Decidimos ir a almorzar mientras, el sitio se llamaba Rancho Grande, optamos por pasta para así saturarnos de carbohidratos y caminar mejor. A la 1:30pm fuimos por el equipo, esta vez directo en la tienda, nos tomó media hora alistarnos y hasta nos dieron unos sacos de dormir nuevos que aguantaban hasta -10 grados,
lástima que eran talla M. Ya se hacía tarde, y teníamos 3 horas de treking en ascenso por los valles del lado Torre del parque, tratamos de empezar a caminar rápido pero no pudimos, la digestión todavía estaba en proceso y no queríamos regresar al episodio rojo bologna del barco Navimag en Chile. Después de una hora caminando nos encontramos a un par de españoles, muy majos, ya venían bajando de su caminata ida y vuelta, nos desearon mucho disfrute y ellos fueron los últimos dos seres humanos que vimos hasta el día siguiente. Allí, después del mirador Torre empezó el sendero off-season, lo rudo pues. Era una combinación de patinaje sobre hielo en botas de treking con snowboard en barro suave, semi y super-congelado. Los valles casi todos planos, y luego pendientes de todo tipo que hacían algo complicado el patinaje, sobretodo en subida. Por ratos nuestra diversión pasó a hacer
conversar mientras patinábamos y rompíamos lajas y lajas de hielo, de diferentes espesores. Migue con las botas semi-rígidas que tiene hacía pedazos cada caminito enhielado, lo apodé Shackleton y nos reíamos cada vez más de los deslizamientos y respectiva carcajada cuando el otro se caía. Ese día y a pesar del lento avance en hielo nos acercamos bastante a los tiempos estimados que aparecían en los mapas que teníamos,
siempre unos 10 o 5 minutos por debajo de lo que decía. Estimábamos estar en el campamento De Agostini cerca de las 5pm, y con el pasar de cada minuto y cada hora el paisaje solo mejoraba, tanto la belleza natural como el clima. Poco a poco el macizo del torre empezó a despejarse, hasta que empezamos a avistar su base de piedra, nos emocionamos mucho y comentábamos lo muy afortunados que éramos de estar allí y poder ver algo a esas horas de la tarde, y en unos días que no pintaban tan buenos por los pronósticos de internet.
Fue una caminata relajada y muy placentera, si dejamos de un lado lo incómodo del transitar en hielo sin crampones, claro que más tarde nos aguardaba una gran recompensa y que caería muy de sorpresa. Ya eran casi las 5 y no llegábamos a De Agostini, solo veíamos una gran morrena que parecía tener la laguna Torre del otro lado, solo hacía falta subirla y experimentar esa extraña pero fascinante sensación de subir una colina mientras observas su tope -o donde no hay más pendiente- y no sabes que viene luego, solo quieres subir y subir sin importar el cansancio para saber que hay en ese más allá, los que han hecho montaña saben de que hablo! Subí, y Migue quiso quedarse abajo para hacer unas fotos tipo postal, el tiempo mejoraba y mejoraba, poco a poco el Torre se hacía más amigable, iba perdiendo su timidez, su parte central ya se desvestía quedando solo la última tercera sección, la vertiginosa cumbre. Luego de las fotos Migue subió y vió que yo estaba mudo, y un poco autista, en microsegundos él se unió al feeling. No pudimos expresar un solo fonema por minutos, solo contemplábamos la inmensidad del Cerro Torre en todo su esplendor y muy cercano darle fin a su pudor.
La laguna Torre lucía imponente, blanca y congelada casi por completo, el silencio lo era todo. Empezamos a buscar una explanada donde acampar, hasta que nos encontramos con el río azul que salía de la laguna y por encima un par de tirolíneas para cruzarlo, pero se necesitaba arnés y equipo de escalada. Tuvimos que buscar el punto con más rocas a lo ancho del río y cruzarlo a fuerza de saltos acróbatas, agradecíamos a dios por tener piernas largas. Procuramos ubicarnos en primera fila y frente a la laguna porque queríamos disfrutar de una función que por la tendencia prometía ser memorable, y acampamos en el lugar más expuesto en línea de vista -laguna y macizo Torre- y también en línea viento.
Cuando llegamos la brisa era muy ligera, nos dió chance de colocar la carpa con calma, sacar todos los implementos de cocina, sacos oliendo a nuevo, muy relajado todo. El telón se abrió, y allí nos cayó del cielo ese regalo, la introvertida cumbre ante nuestros ojos! el catire brillando un poco más arriba y un set de nubes que se alineaban sincronizadas para matizar el atardecer que venía. Las próximas dos horas no hicimos más nada que mirar y admirar, se fue el hambre, lo único que medio hice fue poner a calentar el agua para la pasta en una cocinilla que luego nos enteraríamos que estaba averiada. La sesión de fotos duró más de dos horas, las imágenes solo pueden ser descritas por los píxeles, y cuando el sol se ocultó y el Torre mos
tró sus mil facetas, apareció detrás de nosotros la luna llena, brillando e iluminando como si estuviésemos en un estadio con reflectores. Llegó un punto en que solo nos reíamos de lo que pasaba, no lo creíamos, y para nosotros solos. a eso de las 8:30pm el viento cobró vida y empezó a envestir contra la carpa, horizontalizándola. Migue que sabe mucho del tema me comentó que las ráfagas tenían mínimo entre 80 y 90km/h, el windchill se activó y cuando ya el dedo índice no dió para hacer más fotos me refugié en arrugada carpa y directo al saco de dormir. Les cuento que el agua nunca hirvió, solo llegó a estar medio tibia y me arriesgué a intentar lograr una cocción de la pasta exponiéndola más tiempo, solo logré un wafle
masacotudo el cual probé y no me sentí nada orgulloso, migue medio lo olió y dijo que tenía acidez y con agua estaba bien. Me tuve que conformar con un sandwich de queso y salchichón, la pasta la dejé congelando afuera, quizá cuajaría y tendría gelatina para desayuno. La noche se tradujo en soportar un tornado muy fuerte, la carpa sonaba demasiado y la teníamos en nuestras narices, patagonia se hacía sentir. A ratos calmaba, pero a los 3 minutos continuaba, a la mañana siguiente comentábamos que habíamos pagado caro el estar en primera fila, pero que había valido la pena! nos costó un mundo salir, desmontar campamento e irnos a otro lado a desayunar cereal con leche tibia. Cruzamos el río de vuelta, y luego de 10 minutos llegamos a De Agostini, el campamento resguardado del viento en el que supuestamente pasaríamos la noche, pero sin vista al Torre. Contentos, satisfechos y algo mal alimentados nos encaminamos al sendero Fitz Roy.